“Lo que no se aprende
en primero, se aprenderá a segundo. El aprendizaje en la infancia se debe tomar
con calma, para no entorpecer al cerebro”
David Bueno, genetista y divulgador sobre neurociencia y
educación, habla sobre el aprendizaje en la primera infancia y la importancia
de estimular a los niños y niñas pero siempre respetando los ritmos para no
convertir la educación en una imposición desagradable.
Sandra Vicente28/5/2018
Todo el mundo ha sentido o pronunciado
alguna vez la frase “los niños son esponjas), pero ¿hasta qué punto es correcta
esta afirmación? Que las criaturas en la primera infancia asimilan mejor
ciertos estímulos es cierto, pero ¿podermos concurrir en el riesgo de
sobreestimularlos? Los niños más pequeños también se estresan y los adultos han
de saber adaptarse a su ritmo; porque cada cerebro es único y único será
también el paso de cada uno por el aprendizaje. Y del papel protagónico del
cerebro en este periplo por la educación hablamos con el genetista David Bueno,
antes de su charla en el 28ª Forum Local de Educación en Barcelona: El valor de
la educación 0-3.
¿Qué hace que los niños sean tan ¿absorventes? a los conocimientos
y costumbres?
En estas edades, lo que hace el cerebro
es adaptarse al ambiente externo, sobre todo en el ambiente social. Es una
etapa en la que se hacen conexiones que cambian físicamente la estructura del
cerebro con el fin de adaptar el comportamiento al ambiente en el que se vive.
Esta es una de las metas más importantes del cerebro porque allí donde se vive
de pequeño, tradicionalmente, era donde se vivía toda la vida. Ahora viajamos y
nos trasladamos, pero como especie, durante cientos de miles de años, moríamos
donde nacíamos y, por tanto, el que más rápido se adaptaba a su ambiente, era
el que más posibilidades de sobrevivir, biológicamente, tenía.
Esta etapa condiciona la estructura del
cerebro y, por lo tanto, el comportamiento que tendrá la persona durante toda
su vida. Un niño que nace en un ambiente de alta conflictividad será más
impulsivo, ya que en un ambiente en el que hay amenazas, se debe responder sin
pensar, porque si no, no sobrevives. Aunque todo es reconducible, porque el
cerebro siempre es plástico, lo que se aprende instintivamente en las primeras
etapas de la vida en una tarde, puede requerir de años con el apoyo de
psicólogos para ser cambiado.
¿Y qué papel juega la cuna en esta etapa?
La pequeña infancia es el momento en
que se construyen las bases de los aprendizajes posteriores y, por tanto,
necesitamos generar un ambiente enriquecedor. Y digo esto porque, aunque es una
etapa en la que se aprenden muchas cosas importantes, nunca serán conocimientos
que se podrán enumerar en un futuro. Y es que nadie recuerda nada antes de los
tres años, por lo tanto, no es necesario abarrotarlos de enseñanzas sino
proporcionarles un espacio en el que puedan explorar libremente, donde tengan
juegos, acceso a la naturaleza, cuentos… y relaciones sociales con los
compañeros. Y aquí viene la gracia de la guardería.
La escolarización es clave en esta
etapa para ponerlos en contacto con niños y niñas de su edad, en un ambiente en
el que tengan libros, canciones y arte al alcance. Que puedan explorar qué es
la pintura, el barro o la música. Que toquen un instrumento o repican contra el
suelo aunque no sigan ningún ritmo porque, aunque nos pueda parecer un
entretenimiento, estos descubrimientos están aumentando las conexiones del
cerebro. Y cuanto más conexiones tenga, más adaptables serán en un futuro y más
conocimientos podrán atesorar cuando llegue el momento.
¿Se puede llegar a una sobreestimulación?
Claro, y se debe evitar porque lleva al
estrés, que es la respuesta que da el cerebro cuando le pedimos más de lo que
puede hacer, ya que lo percibe como una amenaza. Si una criatura estresa lo
manifestará, seguramente, de manera diferente a la de un adulto: estará más
irascible y más apático, tanto que se cerrará en sí mismo.
Por lo tanto, en vez de querer
enseñarles, acabamos generando un rechazo: no es el momento de rellenarlos,
sino de darles elementos para que sean ellos mismos quienes lo exploren. Piensa
que cuando descubres por ti mismo nunca te sobreestimulas, porque cuando llegas
a tu límite lo dejas estar.
¿Cómo afecta el desarrollo neuronal la socialización en esta
primera infancia?
Si te quedas encerrado toda la infancia
en una familia con una cultura concreta luego te costará mucho más asimilar la
diversidad con la que, seguro, deberás convivir. Si te educas con ella, por el
contrario, la mezcla es completamente asumible. Pero esto no quiere decir que
haya que estar ocho horas en la escuela, no debería ser un aparcamiento para
los niños. Sé que a veces no hay demasiado remedio, debido al trabajo de los
padres y madres… y es precisamente por la falta de estímulos que a menudo hay
en el hogar (no por falta de voluntad, sino por cuestiones de conciliación),
que la escuela es insustituible.
¿Y los que deciden escolarizar a sus hijos en casa en esta
etapa, que deberían tener en cuenta?
Que no dejen de lado la exploración: no
hay que explicarles grandes cosas ni estar encima todo el rato. A menudo los
elementos más cotidianos pueden ser una gran fuente de estímulo, ya que para
ellos los objetos mundanos ya son nuevos y especiales. También hay que dar
mucha importancia a salir, porque estar en casa no significa quedarse en casa.
Hay que ir un par de horas cada día a pasar un rato con niños de su edad;
aunque no interactúen demasiado en estas edades están juntos y aprenden unos de
otros para que se observan.
La educación infantil es una etapa muy manipulativa y libre.
¿Cómo es el salto a la primaria en la que, de golpe, ya hay unos conocimientos
estipulados para aprender?
Lo que hay que solucionar, claramente,
son los cambios de etapa. Son demasiado bruscos y el cerebro no hace un cambio
tan grande en un verano como el que supone pasar de P5 en primaria, sino que lo
hace de manera progresiva. Estaría bien que los últimos meses de infantil y los
primeros de primaria se empezara a cambiar la dinámica paulatinamente. Con
calma, que la vida es muy larga y hay mucho tiempo para aprender: lo que no se
aprende en primero, se aprenderá a segundo. Y si no, a tercero.
El aprendizaje en la infancia se debe
tomar con calma, porque de otra manera sólo entorpece al cerebro. Adaptarnos al
ritmo de cada niño no supone perder tiempo, al contrario, es ganarlo.
Cuesta respetar estos ritmos con currículos que cumplir…
Somos cartesianos por naturaleza: nos
gusta clasificar las cosas, pero la educación debería ser más flexible. Toda la
libertad que se tiene hasta P5, cuando cada alumno avanza a su ritmo, debería
mantenerse hasta el bachillerato. Si no se aprende a leer con cinco años, lo
harán con seis y no pasa nada. Precisamente, haciendo las transiciones más
armónicas damos tiempo a los alumnos que aún no hayan madurado para que lo
hagan. Y a los que ya han alcanzado estos conocimientos, les damos espacio para
que los asienten.
Se considera que la etapa clave para los aprendizajes como leer
o empezar a entender conceptos más abstractos es la de los 4 a los 7 años. ¿Es
así?
Sí, es una etapa clave, pero también es
amplia. El currículo prevé empezar a leer a los cinco años para que cuando se
llegue a Primaria ya se pueda seguir un poco el ritmo. Pero leer es muy
exigente por el cerebro, porque necesitas tener las zonas lingüísticas
suficientemente maduras. La mayor parte de niños a estas edades ya las tienen,
pero no todos. Debemos tener en cuenta que el cerebro madura por imitación y
ensayo y error. Quienes vienen de familias donde se habla entre los miembros y
se escucha a la criatura, ya han madurado. Pero hay hogares en los que la
comunicación se hace a partir de palabras aisladas: “su”, “come”, “calla”,
“duerme”… En estos casos, más que forzar a aprender a leer, es mucho más útil
dedicar un año a hablar: que los pequeños se expresen, que escuchen los adultos
hablar.
Además, para leer también es necesario
haber madurado las zonas de abstracción, porque el lenguaje es abstracto: a un
palo vertical con tres horizontales lo llamamos E, pero esta grafía por sí
misma no significa nada. Y el 40% de los niños de cinco años no ha comenzado a
madurar esto todavía y, hasta que esto no ocurra, no vale la pena enseñar a
leer.
No importa la edad a la que se empiece
a leer -bien, quizás si a los siete años aún no ha aprendido deberíamos
controlarlo-. Lo importante es que cuando comiencen lo hagan porque su cerebro
se lo pide, porque lo hacen por gusto. Si no, sentirán que leer es una
obligación y cuando sean adolescentes querremos que se lean los grandes
clásicos de la literatura y que, además, pongan cara de pasarlo bien.
A nivel neurológico, ¿qué pasa cuando imponemos un conocimiento?
Si imponemos algo, la persona no lo
verá como un conocimiento útil y lo más normal es que no lo aprenda. Podrá
reproducirlo durante unos días, hasta que supere una prueba, pero luego lo
olvidará absolutamente. Y eso es una lástima porque se pueden dejar atrás cosas
que pueden ser útiles. Pero lo peor es que se acaba relacionando el aprender a
momentos de incomodidad, de temor. De miedo a que si no lo aprendo me regañan,
a suspender o a, si se es más pequeño, que los reyes te traigan carbón.
Esto es muy peligroso porque estamos
formando personas que asociarán el cambio, la transformación y el aprendizaje a
sensaciones incómodas. Y con ello los estamos restando calidad de vida porque
siempre tendrán que aprender cosas nuevas para poder adaptarse a la vida y al
cambio social.
Y entonces, ¿cómo se incentiva el aprendizaje?
A través del placer. El incentivo más
grande que tenemos es sentir placer: cualquier actitud biológicamente asociada
a la supervivencia se nos recompensada por el cerebro en forma de placer, como
cuando comemos o nos reproducimos. Y cuando aprendemos cosas también podemos
notar placer, ya que es un incentivo para el progreso, que también es necesario
para la especie humana. Esto no sólo se consigue respetando los ritmos de su
aprendizaje, sino proponiéndoles retos.
Aprender no debe ser una imposición,
sino fruto de una circunstancia interesante en la que se tengan que buscar
elementos nuevos para resolver una situación. Así, dejar de jugar para ponerse
a trabajar no será tan difícil, no digo que sea divertido, pero…
¿Qué opinas de los deberes?
Suponiendo que se hayan de poner (no
voy a entrar en la disquisición de si se necesitan o no), deben ser actividades
absolutamente distintas de las que se hacen en la escuela, porque de otra
manera sería llevar la escuela a casa. Hogar y aula deben ser espacios diferentes,
por lo tanto, las tareas que se mandan hacer en casa deben ser absolutamente
diferentes de las de la escuela. Y deben ser lúdicas: si no son juegos, mejor
no hacerlo. Volvemos al aprendizaje por imposición: cuando salen del centro
quieren divertirse y es normal. Así que debemos proponer un esparcimiento que,
además, los enriquezca.
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